Llegó el momento, hasta ahora había analizado tres grandes películas a lo largo de este Ciclo Studio Ghibli que he decidido emprender, tres películas relativamente conocidas y de gran calidad como son Nausicaä del Valle del Viento, El castillo en el cielo y La tumba de las luciérnagas, pero nada que ver la película en mayúsculas de Miyazaki; hablo de Mi vecino Totoro, el filme que salvó de la quiebra al estudio debido a su tremendo éxito comercial que parece no tener freno incluso en la actualidad.
Estrenada hace más de 25 años, un 16 de abril de 1988, fue proyectada el mismo día que la película de Takahata, La tumba de las luciérnagas, siendo dos caras de una versátil moneda llamada Studio Ghibli. Como el Ying y el Yang, ambas cintas eran contrapuestas. Mientras La tumbamostraba el lado mas adulto del estudio con una película de argumento cruel y despiadado, Totoro sacaba a relucir su lado mas tierno e infantil. Muy bien traído el simbolismo pero pésima estrategia comercial la del estudio japonés que sufrió cómo los que habían visto Mi vecino Totoro eran incapaces de enfrentarse a una realidad tan sobrecogedora como la de la película de Takahata.
Repite Hayao Miyazaki, como acostumbra, con un guión original esta vez lejos de mitologías occidentales como veíamos en El castillo en el cielo y Nausicaä, sino que decide optar por una historia ambientada en los espíritus del bosque japoneses.
La trama nos introduce a la familia Kusakabe, quienes recientemente se han mudado a una casa rural cercana a un bosque. Tatsuo, padre de familia y profesor universitario, apenas tiene tiempo para sus dos hijas Mei (4 años) y Satsuki (11 años), las cuales pasan la mayor parte del tiempo solas ya que su madre (Yasuko) está enferma e ingresada temporalmente en el hospital. Así pues, gracias a su inocencia pueril, descubren la existencia de los duendecillos del polvo, los espíritus del bosque (totoros) y el archiconocido rey protector del bosque, Dai-Totoro, criaturas mágicas que solo pueden ver aquellos de corazón puro y que velarán por las dos niñas a lo largo de un metraje lleno de ternura.
Realmente resulta difícil analizar la trama de esta cinta de la misma manera que con las anteriores películas del estudio, sobre todo cuando el filme carece de argumento aparente. Y es que esta es una de esas películas en las que tras visionar todo su metraje, independientemente de la impresión que te haya causado, te das cuenta de que realmente no ha pasado nada durante el devenir del celuloide. ¡Qué nadie se tire de los pelos! No seré repelente ni iré en contra de una critica generalizada que reconoce a esta película como una joya de la animación. De hecho lo que he dicho no es necesariamente malo, es más, es uno de los puntos a favor de la película.
A decir verdad, realizar una película en la que no pase nada, es decir, que carezca de un objetivo principal o una main quest -para los aficionados a los videojuegos- es un arma de doble filo extremadamente peligrosa. Algo muy común en el cine independiente o en los filmes que intentan realizar algo artístico o alternativo, es intentar grabar un largometraje que te mantenga inmerso sin la necesidad de una linea argumental convencional, de esas en las que protagonistas y antagonistas parecen pelearse por salir en más segundos de un metraje con una gran misión como escenario de guerra. Sin embargo, que sea muy común no significa que todas lo consigan, muchas terminan siendo cintas pretenciosas vacías de interés, otras transmiten absoluta indiferencia y otras tantas acaban siendo una sucesión de imágenes inexplicables bajo la premisa “si no te ha gustado es que no lo has entendido”. No obstante, entre tanto intento fallido encontramos bastante películas que sí que logran ese enamorar sin necesidad de contar. Unas son de digestión lenta, como Only Lovers Left Alive, cuyas impresiones se van creando una vez terminas la película y reflexionas sobre la misma y otras son de digestión rápida como Mi vecino Totoro, la cual simplemente te encandila y te abstrae mientras la visualizas.
Tampoco es que podamos clasificar a la película en un género concreto más allá del impreciso género infantil. Mientras que sobre las anteriores películas se puede afirmar sin temor que son dos claras películas de acción y un drama bélico, no me atrevería a etiquetar este filme al que parece no importarle pretender ser algo. Incluso prescinde de cualquier tipo de trasfondo o didáctica oculta, dejando de lado esos toques de atención adultos disfrazados de animación para niños sobre temas como el anti-belicismo, sin renunciar eso sí, a su típica reivindicación del ecologismo, que esta vez sin mostrarse de forma explícita en los diálogos, cada fotograma resulta una exaltación del amor fraternal y del amor por la naturaleza.
Gran parte del peso de la película recae en el planteamiento de la atmósfera donde se desarrollan los personajes. Miyazaki nos introduce en mundo de escenarios rurales y escasamente poblados cuyo epicentro es la apartada casa algo destartalada a la que se muda la familia protagonista quienes no conocen prácticamente a nadie. El director japonés evita así cualquier tipo de saturación en pantalla por exceso de personajes, no quiere que te distraigas con ningún detalle ambiental superfluo, quiere que la película trate sobre las niñas y las pocas personas que les rodean en ese momento y en ese lugar donde se encuentren, sin necesidad de buscar un sentido o estructura para construir un argumento.
El entorno en el que se desarrolla el celuloide, no sólo se limita a depurarse sino que baila entre dos mundos radicalmente distintos entre sí. Por un lado un mundo mortal y mundano que bebe de la sencillez de los pequeños momentos frente a complejos dilemas de los que huye aborrecido. Por otro lado un plano espiritual fantástico casi onírico fuera de toda racionalidad, habitado por espíritus y dioses de la mitología japonesa vigías de la pureza y la buena voluntad que parecemos sólo poseer en nuestra infancia. Dos mundos que se entrelazan con descaro de forma desdibujada e incluso torpe, originando incongruencias que atentan contra la lógica y el raciocinio sembrando sendas dudas sobre dichos planos y como han de ser interpretados. Lo menos complicado es dejarse llevar e interpretarlo como una simple y maravillosa fábula que porta el carpe diem como moraleja. Sin embargo, es inevitable intentar buscarle sentido a una película que aunque alza la simplicidad como bandera, nada parece estar elegido al azar, sino todo lo contrario, minuciosamente estudiado para crear esa sensación de naturalidad a través de mensajes subliminales que el director usa como recurso habitual durante toda la película.
Sea como sea, esa dualidad de interpretaciones entre la mirada inocente e infantil que solo absorbe la belleza y la mirada analítica y adulta que necesita de explicaciones, es sin lugar a dudas lo que genera la magia de un filme que se puede disfrutar tanto cuando eres niño como cuando creces, siendo experiencias totalmente diferentes pero igual de placenteras. Siguiendo por esta línea, no cabe duda que la extrema simplicidad mostrada es la razón por la que este filme causa tanta confusión entre las mentes más analíticas. Y es que a veces intentamos dar sentido a algo que no lo tiene o que simplemente está sujeto a la libre interpretación de cada individuo en función de su imaginación. Una imaginación que en ocasiones vuela demasiado dando lugar a numerosos bulos sobre esta película que llevan circulando desde antes de que existiera internet como herramienta doméstica establecida. Bulos que curiosamente y prácticamente en su mayoría tienden al creepypasta, señalando a Totoro como un espíritu tenebroso lejos del adorable compañero que todos tenemos en mente.
Y no es de extrañar. Totoro es un personaje cuando menos singular, quizás el personaje mejor trabajado de Miyazaki, no sólo por su inherente carisma natural derivado de su acertado simbolismo espiritual, sino por todos los claroscuros que construyen su diseño. No se puede decir que el rey protector del bosque resulte el máximo exponente del Kawaii, sobre todo cuando el personaje se mueve de forma hipnótica entre lo siniestro y lo adorable, dos términos prácticamente antitéticos que se mezclan sin dificultad en este personaje. Su boca enorme y triangulada, sus ojos grandes y redondos como idos, su estatura y tonelaje así como sus dientes en forma de teclas de piano de sonrisa malévola, son rasgos que acompañados de su voz gutural, le dotan de un aspecto tenebroso innegable. Sin embargo, en sus actos nos muestra su lado más tierno que hace imposible temer a este gigante cuyos gestos tan pronto pasan de inquietar como a resultar del todo adorables.
Ese dinamismo se repite con otro personaje archiconocido; el Gatobús cuya base es casi idéntica a la de Dai-Totoro, resultando algo más siniestro por su naturaleza callada pero compitiendo fieramente en carisma gracias a su original y bien traído diseño que le sitúa con otros tantos personajes del estudio en la memoria gráfica de la historia de la animación. No tan influyentes pero igual de adorables resultan los pequeños totoros y los duendecillos del polvo, a los cuales volveremos a ver en El viaje de Chihiro. Todo un plantel de seres mitológicos que siguen la estela de los Ohms de Nausicaä del Valle del Viento y el robot de El castillo en el cielo, en cuanto a que son personajes de tremenda fuerza y personalidad que no necesitan de diálogos o expresiones para transmitir. Un tipo de personaje que se convertirá ya prácticamente en cliché dentro de los filmes del director japonés.
Y es que la cosa va de clichés, ya que el elenco está formado enteramente por roles que serán típicos del cineasta. Un ejemplo muy claro, esta vez ya no solo en las películas de Miyazaki sino en las del estudio en general es el de la figura paternal imaginativa y de mente abierta basada en el genuino Tatsuo Kusakabe. El padre de las inocentes niñas resulta bastante agradable, tanto en su diseño como en su comportamiento. Será por eso que reciclan tanto a este personaje cuya esencia podemos ver en otros filmes de Ghibli. Otro ejemplo esclarecedor es el de las ancianas, uno de los fetiches del japonés quien siempre les otorga un tratamiento especial en sus películas, normalmente interpretando roles de sabiduría o saber hacer. Obaba en Nausicaä y Dola en El castillo en el cielo ya eran claros indicios a los que se suma Nanny, la adorable anciana que cuida de las hermanas Kusakabe. Una lista que se irá engrosando con el desarrollo de la filmografía del autor. Sea romance o sea amistad exaltada, tampoco falta ese personaje que siente cierto apego especial hacia el protagonista, ya lo veíamos con Asbel y Pazu en los anteriores filmes y esta vez recae sobre el personaje de Kanta cuya relación con Satsuki le da ese toque de afecto pueril que emblandece más aún una trama de por sí mullida.
En cuanto a las hermanas Kusakabe, protagonistas de esta historia, todo son calificativos positivos, ambas niñas derrochan simpatía a raudales, mostrando una ternura distinta en cada una de ellas. Sobrecoge la inocente ignorancia de la pequeña Mei, demasiado joven para darse cuenta de los problemas de la vida, virtud que le permite disfrutar del momento de manera espontánea. Su mirada no contaminada por sucesos de la experiencia le permite acceder de primera mano a un mundo mágico fuera la mirada lógica y falta de fe de casi todos los adultos. Esa inquietud hasta irritante por correr, reír, jugar y explorar ajena a todo se presenta como una manifestación bruta de la infancia más prematura. Sin embargo, esa ignorancia por no haber vivido también le hace no entender los obstáculos que no concuerdan con la visión simple y pura de su entorno, experimentando así las primeras experiencias que van deformando su concepto del mundo. Por tanto, enternece de esta pequeña niña, una vez más una dualidad entre su actitud fresca y natural ante la vida y su reacción guiada por las criaturas mágicas que la protegen ante los primeros pequeños problemas de la misma.
Satsuki por su parte, algo más consciente de lo que pasa a su alrededor, se configura como una chica tenaz cuya ternura se encuentra en el amor fraternal que profesa hacia su hermana intentando paliar en la medida de lo posible la carencias generadas por la ausencia de sus padres. En su personalidad encontramos una niña algo más madura para su edad, sabiendo de su responsabilidad como hermana mayor pero sin renunciar a los delirios de la infancia, renunciando a dejarse llevar por los golpes de realidad para acceder a ese mundo mágico y oculto.
Todo un reparto de personajes que sin resultar en absoluto planos, no necesitan ni compiten por minutos de metraje para que empatices con ellos. Es más, el filme se desprende del protagonismo descarado de los personajes principales. Aunque podamos decir que ciertos personajes son claramente más importantes que otros, lo cierto es que ninguno aparece en exceso en relación a su fama. Y es que una de las reacciones más comunes en las personas que visionan por primera vez este filme es la sorpresa por lo relativamente poco que sale Totoro a pesar de que su nombre lidera el título de la película. La casi coralidad de los personajes se inicia aquí y será tendencia e identidad de Miyazaki en toda su filmografía. Al igual que la ausencia de bondad y maldad radical, lejos de tramas en las que un malo malísimo intenta hacerle la vida imposible al bueno buenísimo típicas de las películas de animación de Disney.
Pero no sólo de una historia tierna vive la película. La animación cumple un papel más indispensable que en ninguna otra cinta del estudio. Al ser un largometraje plenamente visual que huye de los convencionalismos estructurales a la hora de construir el guión, necesita de fotogramas llenos de belleza y de detalles imperceptibles por separado pero imprescindibles en su conjunto para transmitir las sensaciones que viven y experimentan los personajes y que el director quiere que vivamos con ellos.
Una confluencia de fuerzas entre la vena creativa más fina que nunca del japonés y su equipo, los errores aprendidos por la experiencia, la adaptación total al nuevo estudio y el avance de la tecnología hacen de esta película un ejemplo de animación magistral. La gesticulación de los personajes, sus diseños y los impresionantes paisajes y escenarios te transportan a un mundo en el que apetece vivir. Pero es en el movimiento de los personajes donde se encuentra el punto álgido de este apartado tan bien valorado. Impresiona sobremanera la naturalidad y el realismo con el que desenvuelven los personajes en pantalla, los movimientos de Mei que imitan a la perfección los de una niña real y las escenas del Gatobús corriendo o trepando son un placer para la vista y son solo dos de los muchos ejemplos que se suceden durante todo el filme.
Todo ello rematado con una banda sonora que como siempre, nunca defrauda, encargada al eterno compañero de Miyazaki en este aspecto; por supuesto hablo de Joe Hisaishi quien entre otras canciones compone el famoso tema Kaze No Toori Machi también conocido como El camino de viento, una pista que usa como base para todo el filme en forma de diferentes versiones con otros instrumentos o en distintos tonos y ritmos más rápidos o lentos en función de la situación. Una melodía muy melancólica que llega directa al corazón y que forma parte de la historia del cine. Deleita también el tema con el que se cierra el filme, al igual que sorprende, como dato característico de esta película, que se empiecen a introducir cada vez más temas cantados, mucho más asequibles y atractivos para el público infantil al que va principalmente dirigido.
En definitiva, Mi Vecino Totoro no sólo es una joya de la animación por su animación preciosista y su argumento simple y tierno pero sorprendente. Es la base para entender toda la filmografía de Miyazaki quien parece encontrarse a sí mismo en este largometraje. El director encuentra la fórmula perfecta para expresar su arte e intentará aplicarlo en sus futuras obras con mayor o menor resultado y siempre añadiendo algo nuevo y fresco a esa nueva creación. Totoro no te cuenta una historia para entretenerte, te sumerge en la vida de sus personajes para que vivas las experiencias de los mismos en ese momento, sin necesidad de que resulten problemas existenciales, sino todo lo contrario, simples momentos de la vida en los que no suelen centrarse el resto películas pero que Miyazaki no sólo lo hace, sino que lo borda.
Calificación: 9
Arkáitz González
Quien sea mínimamente seguidor de Studio Ghibli conoce sin duda la película Mi vecino Totoro, cuyo personaje se ha convertido ya en símbolo del mismo estudio. Y no sólo eso, sino que el largometraje nos ha dejado también momentos memorables como la famosa escena de la parada del autobús o el personaje del Gatobús. Película tierna y muy simpática cuya historia es algo más infantil que otras cintas Ghibli pero que gustará igualmente a los adultos. Por el tipo de historia cotidiana que tiene (mezclándose con la fantasía, eso sí) tranquilamente vería que Mi vecino Totoro hubiera sido una serie en lugar de una película. Si bien personalmente no me ha gustado tantísimo como otros largometrajes del estudio como «La princesa Mononoke» o «Susurros del corazón», igualmente la considero de visionado obligatorio para todo aquel que guste de ver buenas películas de animación.
Calificación: 8,5
Jorge Consiglio
Soy seguidor del cine de Ghibli desde hace muchos años ya, y sin embargo hasta ahora había cometido algo que los fans pueden considerar un pecado: no había visto la película de Totoro. Sí, lo sé, es la mascota de Ghibli, siempre lo supe y hasta tengo un Totoro de peluche en casa. Es lo mismo que ser fan de Nintendo y nunca haber jugado un Mario. Finalmente dejé de aplazar el visionado de esta película y me decidí a verla de una vez por todas, para enmendar el error y ya no tener que avergonzarme al decir que no la vi, y puedo decir que se ha convertido en una de mis favoritas de este estudio.
No es como Susurros del corazón o La tumba de las luciérnagas que son las dos que más me han impactado y me llegaron al alma, pero tampoco podría compararla a estas porque Totoro juega en otra liga, toca otros hilos, conmueve de otra forma y es única en su estilo.
¿Recuerdan su niñez, cuando los adultos estaban haciendo sus cosas cotidianas y tú te distraías y jugabas o correteabas por ahí mientras el mundo seguía girando? Totoro es así, está narrada y vista como si fuera desde la mente de un niño, donde los hechos transcurren de fondo sin que prestes demasiada atención porque estás muy ocupado jugando e imaginando. Hay escenas inolvidables, y los personajes de fantasía que aparecen, incluyendo al propio Totoro, son fantásticos y generan un sentimiento de cariño increíble. Quien sonría al ver a un niño divirtiéndose con las cosas simples de la vida o corriendo alegre por un parque, reconocerá ese mismo sentimiento en esta película y no podrá evitar sonreír también. Totoro es amor puro.
Calificación: 9