En lo que llevamos de sección, ya hay unos pocos personajes que no destacan precisamente por su cordura. Ya hablé de Federik Freak, ese friki estereotipado que lleva sus rarezas a unas cotas tan altas que rebasan con creces los límites de la demencia. Quizás alguno recuerde también a Hugo Strange ese psiquiatra que paradógicamente hace las veces de científico loco, y cuyo rasgo más característico es su obsesión enfermiza con Batman, su arquienemigo. Y qué decir de Don Patch, esa bola naranja y luchador del absurdo tan anímicamente inestable como para llegar a cambiar de identidad, incluyendo de género y especie, a cada momento que pasa. Pero a pesar de los ejemplos citados, y por muchos más que hiciéramos, la lista nunca estaría completa sin uno de los chalados más queridos de Bruguera, aquel que representa la locura personificada . Estoy hablando de Carioco, el personaje de Carlos Conti que vio la luz en la revista Pulgarcito en la recta final de los 40.
El loco Carioco
La primera historieta de nuestro loco protagonista constituye el pistoletazo de salida de la primera etapa de este personaje, desde 1949 hasta 1953, aquella que a mi juicio reviste de un mayor interés, en tanto que representa al personaje en toda su demencia, tal y como había sido concebido por su autor. Toda su historieta rebosaba locura por los cuatro costados, algo a lo que ya se predisponía desde la viñeta del título, no sólo por el susodicho, El loco Carioco, sino por el cartel de busca y captura de un “peligroso maníaco” por el que se paga una suculenta recompensa. En esta primera andanza vemos a un hombre de mediana edad, con traje y una abultada corbata, nariz prominente, un cabello extremadamente alborotado que miraba pertinazmente hacia lo alto y un rostro exageradamente expresivo (incluso para los parámetros de Bruguera), claro indicativo de su desequilibrio mental, que pronto se verá refrendado con sus acciones.
Sin duda, son su carácter, sus actos y su modo de vida los que le imprimen ese carácter tan peculiar de sus primeros años. En primer lugar, y debido a su enfermedad mental, se encuentra recluido en un manicomio (centros de reclusión para enfermos mentales, bastante menos humanitarios que los actuales hospitales psiquiátricos), dentro del cual tiene un estatus un tanto ambiguo y contradictorio. Supuestamente es un interno al que se le impide tajantemente salir al exterior, y a menudo le veremos escapándose del mismo para vivir alocadas aventuras (nunca mejor dicho). En otras le vemos salir del mismo con total tranquilidad, incluso despidiéndose del vigilante, o pintando la puerta del psiquiátrico sin ser sometido a demasiada vigilancia. Incluso algún miembro del personal médico llegará a pedirle algún favor por la confianza que le inspiran sus dotes personales. En ciertas historietas le veremos directamente en el mundo exterior o en su casa, algo que se volverá cada ve más frecuente hasta que abandone el manicomio de forma definitiva.
Más allá de ese detalle, es su conducta delirante e irracional la que mejor define al Carioco de entonces. Su razón alterada por su enfermedad mental (cualquiera que sea ésta, ya que nunca se especificará) le llevará a hacer y decir cosas que jamás se le pasarían por la cabeza a una persona cuerda. De este modo, le veremos cabalgar sobre una tortuga, pescar con una escopeta y cazar con una caña, o enfrentarse a espectros y esqueletos vivientes sin titubear siquiera. Eso sí, rara vez veremos esas muestras de peligrosidad de la que se advertía a la población. Por el contrario le veremos bastante solícito cuando se trata de salvar a una dama en apuros o animar a un niño que llora desconsoladamente. Todo ello no quita que cuando sea estafado, desprecien sus dotes artísticas (unas aficiones que ya nunca abandonará) o sea molestado por cualquier cosa, saque a relucir su faceta más agresiva, vengativa y colérica. Incluso a la hora de enamorarse mostrará una conducta extrema, como cuando intentó cortejar a la bella Lolita, uno de los pocos personajes de la serie que aparece en más de una historieta.
Carioco sin “el loco”
A partir de 1953 sus historietas pasaron a titularse simplemente como Carioco. Al igual que ocurrió con su etapa inicial, esto constituía toda una declaración de intenciones, aunque en en este caso a la inversa, es decir, de cara a la “normalización” del personaje (en alguna ocasión se insinúa que se ha rehabilitado). En efecto, en esta larga etapa, que llega hasta los años 70, asistimos a un proceso frecuente en los personajes de Bruguera, el de la desvirtuación de los planteamientos originales de la serie.
En esta ocasión, Carioco hará gala de un carácter mucho más sosegado y cabal, aunque un tanto ingenuo, despistado y atolondrado, fuente de frecuentes equívocos y percances (especialmente fatales a la hora de buscar o mantener un trabajo, entre otras cosas), así como un carácter apocado e inseguro que le hará granjearse la fama de tonto y, ocasionalmente, ser blanco de abusos y estafas por parte de sus semejantes. Conservará su afición por las bellas artes, la literatura y la naturaleza, lo que reforzará su introspección y creatividad. De esta última cabe destacar su faceta de inventor, cuyas creaciones nunca tendrán un resultado demasiado feliz. También cabe destacar la permanencia de algunos rasgos neuróticos y un poco maniáticos, como su carácter sugestionable y aprensivo (por ejemplo, bastará que oiga alguna noticia de accidentes de avión para que decida no montar en uno) y supersticioso en grado sumo, siempre proclive a consultar horóscopos y a evitar señales de mal agüero.
Por último, y a modo de curiosidad, merece la pena citar que la conciencia que tiene de sí mismo llega hasta el punto de pulverizar la cuarta pared. No sólo es conocedor de que es un personaje de Pulgarcito y actúa como si esa fuera su profesión, algo en franca contradicción con sus constantes búsquedas de empleo ya mencionadas, sino que a veces le veremos yendo a entregar sus historietas a la editorial como si él fuera el autor, a pesar de las ocasionales referencias a Conti, su creador.
Curiosamente, fue entonces cuando Conti desplegó toda su personalidad a nivel de grafismo, incluyendo a su protagonista. Su dibujo pasó a caracterizarse por su carácter esquemático, lineal y minimalista, condensando las formas en unos pocos trazos. En Carioco, se manifestó en un traje unas ropas de diseño muy sencillo, casi un conjunto de triángulos yuxtapuestos, unos cabellos reducidos a unas pocas líneas que parten del cogote para formar en el flequillo una especie de “cortinilla” y una nariz que casi constituye un círculo cerrado.
Conclusión y recomendaciones
Carioco comenzó sus andanzas como el personaje más loco del Pulgarcito de entonces. Recluido en un sanatorio mental del que solía escapar, su conducta delirante y del todo impredecible proporcionaba una frescura y una capacidad sorpresiva extraordinaria a sus aventuras. Con el tiempo, estos rasgos se fueron atemperando hasta culminar en su completa “normalización”, con la consiguiente pérdida de su seña de identidad más destacada. Eso sí, siempre conservará una pequeña porción de excentricidad, aunque más cercana a la de una especie de genio incomprendido al que todos (incluso él mismo) toman por tonto.
Es poco lo que puedo recomendar sobre la creación de Conti, pues ocurre con él algo similar que con otros personajes de notable fama y longevidad pero que contaron con un apoyo de la editorial casi nulo. De la editorial Bruguera, sólo existen dos recopilatorios, el ejemplar de la colección Magos del lápiz (sin numerar, 1949) y el de Magos de la risa (#3, 1951). Cuentan con la ventaja de que sus fechas de publicación corresponden con la etapa del Carioco más auténtico (auténticamente loco). Habría que esperar más de medio siglo para ver otro volumen del personaje de Conti, y como no podría ser de otra forma, tenía que ser la ya varias veces mencionada colección Clásicos del Humor de RBA, lo que de nuevo dice mucho de la dejadez de su editorial original.
Y si lo que queréis es ver a Carioco en movimiento y haciendo gala de su faceta de inventor, os vuelto a remitir al “Carioco y su invención”, del Primer Festival de Mortadelo y Filemón (1968: Estudios Vara,1969), del que ya hablé en el artículo de Doña Urraca.