El pack Metro Redux (que, para no variar, jugué en Switch) incluye dos juegos: las versiones remasterizadas de Metro 2033 y Metro: Last Light. Ya vimos en su momento cómo era el primero. Ahora es el momento de probar su secuela. El hecho de que los fundamentos de ambos sean prácticamente los mismos tiene sus ventajas. Para empezar, no voy a tener que detenerme demasiado en la historia ni en sus mecánicas más básicas. Como mucho, dedicaré unas pocas palabras para que aquel que no quiera irse al artículo anterior pueda situarse mínimamente. Además de resultar más breve, eso también me permite tocar algunos detalles que en su momento tuve que pasar por alto para evitar que no me quedase demasiado denso, pero, sobre todo, para resaltar las diferencias entre ambos juegos.
En cuanto a la historia, en esta ocasión no está basado en la segunda novela, como sí ocurría con su predecesor en relación con el libro que abrió la saga (aunque el argumento de la tercera novela, Metro 2035, desarrollaría los sucesos que tuvieron lugar en este videojuego). Mientras que la segunda obra de Dmitri Glukhovski, Metro 2034, nos narra las aventuras de Hunter y sus compañeros de viaje, que parten de la Sevastopolskaya para tratar de descubrir la razón de la repentina ruptura de sus conexiones con el resto de la red de metro, Last Light es una continuación de las andanzas del protagonista de su título predecesor, Artyom. Éste ya forma parte de la Orden Sparta, un comando de élite que vela por toda la red de metro y que ha establecido su cuartel general en el D-6, que cuenta con medios tecnológicos de preguerra prácticamente intactos. Un día, es informado de que un pequeño Oscuro ha sobrevivido al exterminio de su raza y es enviado, junto con la francotiradora Anna, a eliminarlo. Cuando Artyom es secuestrado por los fascistas, comenzará un inesperado periplo.
Como señalé anteriormente, las mecánicas de Metro: Last Light son idénticas a las de Metro 2033, y más todavía en su versión Redux. Se trata de un shooter en primera persona donde el componente de exploración y de supervivencia juega un papel todavía más importante que la acción pura y dura. Hay momentos en los que podremos comprar munición y armas con la munición militar (la moneda del juego), pero a menudo dependeremos de lo que vayamos encontrando por los escenarios. Esto se ve reforzado todavía más en esta entrega, puesto que ya no nos es posible comprar botiquines ni filtros para las máscaras antigás para el irrespirable mundo exterior. De hecho, en estos niveles fui todavía más justo de tiempo que en su predecesor (cada filtro dura sólo dos minutos), puesto que en este último sólo me vi con esas estrecheces en las últimas fases. Por lo que respecta a los tramos de sigilo, en esta ocasión las luces serán un problema añadido, puesto que, además de los típicos candiles, pueden delatarnos las bombillas (que deben desenroscarse con el botón de interacción) y, sobre todo, las grandes luces fluorescentes que sólo pueden anularse rompiéndolas con cuchillos arrojadizos o armas silenciosas o apagando los fusibles.
No obstante, aquí resulta de agradecer que el tutorial sea más largo y completo. El hecho de que nos lleve de la mano durante bien entrados los primeros compases del juego, así como con las mecánicas que van apareciendo, sirvió para que aprendiese algunas que jamás llegué a conocer en todo Metro 2033, como la posibilidad de golpear furtivamente a los enemigos para noquearlos con el botón de interacción (Y) en vez de matarlos con una cuchillada por la espalda o cargar de aire la escopeta neumática (L para abrir el menú, botón de dirección derecho y ZR). Esto me hizo sentir un sanguinario e inútil a partes iguales…
Más allá de los puntos en común con Metro 2033, las novedades que aporta este título le otorgan cierto aire fresco. Por ejemplo, los explosivos que expelen clavos han sido sustituidos por minas antipersona, las cuales nos permiten lograr un control estratégico sobre nuestro entorno (por ejemplo, cuando somos asediados por hordas de mutantes). Por otro lado, a las cinco clases de munición ya conocidas (balas de pistola, bolas de acero, munición de fusil de asalto, perdigones y tornillos) se le añaden dos nuevas. También hacen acto de aparición nuevas armas, como las de francotirador (para las que están destinadas una de dichas clases de munición). Aunque no es una novedad, en esta entrega pude hacerme relativamente pronto con una Saiga, que cuenta con todas las ventajas de una escopeta (mayor efectividad contra mutantes) sin el inconveniente de la escasez de cartuchos por cargador (caben más de veinte). Por lo demás, seguí con mi clásico esquema de fusil de asalto y escopeta neumática (reservada para momentos de sigilo).
De todas formas, las mejores incorporaciones no son tanto a nivel jugable (pues, como digo, en ambos juegos hay bastante homogeneidad) como la expansión del lore que aporta. En Metro: Last Light nos encontraremos con varias especies nuevas de mutantes, desde escorpiones del tamaño de un perro que temen a la luz de nuestra linterna hasta criaturas anfibias cuyo hábitat son los humedales en los que nos costará avanzar sin sumergirnos en sus pantanosas aguas (las banderas rojas son fundamentales para orientarnos). También harán acto de aparición nuevas estaciones, como Bolshoi (refugio de actores y que, por lo tanto, constituye un bastión del teatro y la cultura) o Venecia (estación mercantil en la que fluyen aguas subterráneas). Además, hay enemigos que, si bien no pueden considerarse jefes finales, serán más duros de vencer que el resto. En definitiva, amplía ese trasfondo que me enamoró hasta el punto de ponerme a jugar con un shooter (un género en el que nunca he destacado).
Esta expansión del mundo de Metro se traduce en un mayor variedad de fases. Como mencioné, van desde pintorescas estaciones a misiones de infiltración y escape o agónicos desplazamientos por terrenos pantanosos. Y, al igual que en Metro 2033 Redux, todas ellas son seleccionables a posteriori. Además, existen otras adicionales que podemos jugar en paralelo, pues en Metro: Last Light Redux están los cuatro DLCs (los packs Facción, Torre, Desarrollador y Crónicas), por lo que durará varias horas más que el anterior. Éstas suponen un todavía mayor cambio de dinámica, puesto que nos pondremos en la piel de personajes distintos a Artyom (Anna, Khan y Pavel), y de facciones como la Línea Roja o el Imperio, o nos convertiremos en un auténtico Stalker de Polis, recolectando artilugios a cambio de dinero (aquí, a diferencia del resto del juego, el único modo de obtener filtros es comprándolos). Para cambiar aún más de aires, en el museo visualizaremos todos los mutantes y humanos del juego (lástima que no estén acompañados de nombres y descripciones ) y, en la Arena, nos enfrentaremos a humanos y especies mutantes a elegir en 20 niveles de desafío. El Pack Torre también está enfocado en los combates.
Además, el componente rejugable también está ahí. Los modos de juego (Supervivencia y Espartano) y niveles de dificultad (Normal, Difícil, Comando y Comando Difícil) son los mismos que los de Metro 2033 Redux, y en este caso el final bueno será el que cuente realmente para su secuela, Metro Exodus (curiosamente, el final “malo” de 2033 es el que cuenta para Last Light, por lo que en realidad sería el bueno), por lo que tendremos que emplearnos a fondo para obtener todos los “puntos de moral” para lograr verlo (explorar ciertos sitios, hacer buenas acciones, escuchar diálogos, tocar instrumentos, no matar, perdonar la vida en los momentos de decisión, etc.). Es un tanto complicado, pues algunas son algo crípticas y, además, no se puede matar ni a un solo soldado en las misiones de sigilo (algo que yo hice, a veces por causas de fuerza mayor, como algún cabo suelto de la programación que hacía que me descubriesen sí o sí, como en un puente quebradizo tras pisarlo levemente).
Metro: Last Light Redux, en definitiva, ofrece a nivel jugable una experiencia similar a su predecesor, con una vuelta de tuerca. El sigilo y la exploración juegan un papel capital, a veces protagónico, con multitud de alicientes que nos impiden disparar a lo loco. Ya sea para evitar ser acribillado a balazos por los soldados de una base enemiga o ser avistado por mutantes, nos convendrá ser cautos, caminando agachados y con la linterna apagada, en bastantes momentos del juego. El hecho de que los botiquines y los filtros ya no se puedan comprar, sino que estén repartidos por los escenarios, añade una razón más para peinar el terreno en busca de dichos objetos, además de por las ya de por sí valiosas municiones (ya sean para nuestras hasta tres armas que podemos portar simultáneamente o munición militar para el comercio). Por si esto no fuera suficiente, en esta ocasión el final bueno es el que cuenta en la secuela, Metro Exodus, por lo que tendremos que evitar matar en prácticamente todo momento, realizar buenas acciones e interactuar con el entorno todo lo que podamos.
Por otra parte, a la ya inmejorable ambientación de su predecesor (las desoladas ruinas de Moscú, la lobreguez de los túneles, el sonido ambiente intimidante, el clima decadente de las estaciones…) se le suman más aportes al lore de Metro, como nuevos escenarios como cenagales, estaciones pintorescas, un impresionante D-6 ya operativo, más especies de mutantes y misiones de los DLCs que nos permiten jugar como personajes de otras facciones o liarse a pegar tiros en la Arena y en el Pack Torre. En resumen, un trasfondo más rico y un mayor número de horas de diversión que su predecesor. ¿Qué más se puede pedir?
Bueno, hay algo que sí pediría: una mejor traducción. Aquí los Stalkers son Acechadores y el IV Reich es el Imperio. Esto último parece censura (como cambiar los Negros por los Oscuros), mientras que lo de Acechadores suena a traducción literal. Una que se carga el trasfondo de ese anglicismo en la cultura popular rusa contemporánea. Son detalles nimios, pero que, como lector de las novelas, me chirrían bastante.