Pese a su avanzada edad, el reciente fallecimiento de Francisco Ibáñez nos pilló por sorpresa a todos. En Combogamer llevábamos un tiempo publicando una serie de artículos relacionados con Mortadelo y Filemón, por lo que podría resultar difícil distinguir el homenaje de nuestra práctica habitual. Con todo, este triste suceso ha servido no sólo para multiplicar el contenido relacionado con los agentes de la TIA, sino profundizar un poco más en la extensísima producción del maestro barcelonés. Y es que, si bien es cierto que Mortadelo y Filemón fue su obra cumbre, no lo es menos que a lo largo de su carrera éste elaboró muchas otras series.
Me habría gustado dedicar un artículo a las obras menos conocidas de Ibáñez, pues del lápiz de éste brotaron series relativamente poco conocidas para el gran público como Don Pedrito (1965), Doña Pura y Doña Pera, vecinas de escalera (1966), Tete Cohete (1981), Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo (1986) o 7, Rebolling Street (1986), No descarto hacerlo en algún momento, pero, al disponer de menos material y resultar menos accesible, me llevaría más tiempo. Por lo tanto, voy a pasar lista a otras cinco obras de Ibáñez que, sin ser tan archiconocidas como los agentes de la TIA, sí que gozaron y gozan de bastante popularidad. El orden que seguiré irá de menor a mayor.
LA FAMILIA TRAPISONDA, UN GRUPITO QUE ES LA MONDA
Este tebeo nos presenta a una familia en la que reina el conflicto y la discordia. Pancracio, el cabeza de familia y bombero de profesión, debe lidiar tanto con las travesuras de sus dos hijos, Felipín y Sabiondín (este último destaca bastante por ser calvo, pese a ser un niño, y por llevar gafas y un birrete que le confieren un aire intelectual que respalda su nombre) como con las iras de su jefe. Por su parte, su mujer, Leonor, cumple con las labores tradicionales de ama de casa. Por último, Atila, la mascota de la casa, es un perro de actitud maliciosa que, por alguna razón, se alegra de todos los males que le sucedan a Pancracio.
Esta serie es bastante antigua. De hecho, comenzó a publicarse en 1958 en Pulgarcito, el mismo año que Mortadelo y Filemón. Su combustible era el mismo que el del resto de tebeos del estilo, los conflictos y las trifulcas, pero eso no casaba bien en una época como la franquista, en la que la familia católica era representada con un halo de santidad. Por ese motivo, como le pasó a Don Pío de Peñarroya, terminó sufriendo los rigores de la censura. En su caso, el matrimonio pasó a ser hermano y hermana, y los niños, sobrinos, creando de este modo una situación un tanto extraña y, en todo caso, fuera de esa idea de familia reivindicada por el régimen. Una auténtica paradoja.
PEPE GOTERA Y OTILIO, CHAPUZAS A DOMICILIO
Del cuarteto familiar más el perro pasamos a un dúo. Uno que, como Mortadelo y Filemón, reproduce, de forma disfuncional, las dinámicas de superior y subalterno, pero esta vez no en el gremio de la investigación, sino en el de la albañilería. Así, tenemos a Pepe Gotera, el patrón del negocio, un hombre bigotudo y con un llamativo sombrero de color rojo que, básicamente, se encarga de dar las instrucciones de la obra, y a Otilio, un rollizo albañil total y absolutamente torpe en su oficio y cuya principal preocupación es comer todo lo posible. La estructura de estas historietas suele ser la misma. Comienza con un Pepe Gotera que acude a comunicar a Otilio las órdenes de obra que ha recibido y que se encuentra con que éste se halla comiendo el alimento más inverosímil posible. Luego, cuando van a ejecutar la obra, se desencadena toda una serie de dislates que harán que la palabra “chapuza” pase de su acepción de obra menor a la de trabajo mal hecho (aunque sería más apropiado hablar de desastre o hecatombe).
La serie comenzó a publicarse en 1966 en la revista Tío Vivo. Además de contar con su propia serie (y de una efímera revista homónima de tan sólo ocho números, en parte al coincidir con la recta final de Bruguera, 1985), en más de una ocasión veríamos a este dúo formando parte de algún gag en ciertas aventuras de Mortadelo y Filemón. Al parecer, su influencia llegó hasta influir en la serie de televisión Manos a la obra (1998).
EL BOTONES SACARINO
La dinámica superior-subordinado experimenta una vuelta de tuerca en El botones Sacarino. El personaje que da su nombre a la serie es un joven larguirucho y desgarbado, cuyo clásico uniforme de botones de hotel, todo de rojo y con un sombrero característico del mismo color, le queda tan pequeño que le deja la tripa al aire. A pesar de dicha vestimenta, en realidad no trabaja para un hotel, sino en la redacción del periódico El aullido vespertino realizando todo tipo de recados. Su inmediato superior es aquel al que llama el “Dire”, el director del mismo, arquetipo de aquel que es servicial y pelotillero con su superior, pero tiránico con sus subordinados. En él recaen todas las consecuencias de las torpezas de Sacarino, las cuales generan todo tipo de confusiones que le llevan a rendir cuentas una y otra vez ante el Presidente, pues éste cree que es el culpable de todos esos desaguisados.
La primera publicación data de 1963, en la revista El DDT, y se hizo tan popular que en 1975 daría su nombre a la revista Sacarino. Además, fue el personaje principal, tras Mortadelo y Filemón, en su aventura Testigo de cargo (1984) en la cual nuestros agentes deberán protegerle tras haber presenciado un crimen (también aparecería en el episodio del mismo nombre de la serie de BRB Internacional). Todo ello sin contar sus aventuras largas apócrifas y otra publicada en Alemania.
Cabe destacar dos curiosidades. La primera es el hecho de que esta serie en realidad era una excusa de Ibáñez para parodiar su ambiente de trabajo (algo que tuvo que dejar de hacer cuando su jefe se dio cuenta). La segunda es que el personaje resulta extremadamente similar a Gaston Lagaffe o “El Gafe” a nivel de personalidad y peripecias, al que añadió el uniforme de Spirou.
13, RÚE DEL PERCEBE
En este punto, voy a tocar la que para mí es la obra donde Ibáñez alcanza sus cotas más altas de originalidad y genialidad. Bien es cierto que existen unos pocos precedentes, incluyendo una historieta realizada por Vázquez en 1959 en la misma revista Pulgarcito, pero, en 13 Rúe del Percebe, el dibujante barcelonés eleva la idea a un nivel superior. Aquí las viñetas son reconceptualizadas como viviendas de un edificio de varias plantas (tres, para ser exactos, más el bajo y el ártico) en la que habitan residentes de lo más variopintos, y que podemos leer tanto de arriba abajo (la forma clásica de leer un cómic, y que a menudo concuerda con la narrativa aquí también) como de abajo a arriba (como yo tradicionalmente he solido hacer). En este vecindario tenemos a un tendero timador, a la portera, a un veterinario, a una casera que alquila infinidad de cubículos donde viven hacinados sus inquilinos, a la típica anciana dueña de un montón de gatos, al clásico científico loco, a un ladrón de guante blanco y su mujer, a una familia con muchos niños traviesos que dificultan a su hermanan mayor conseguir un pretendiente, un moroso que vive de okupa en un ático y se las ingenia para evitar a sus acreedores y un ratón que hace la vida imposible a un gato, además de un habitante de una alcantarilla frente al edificio y todas las desventuras que puedan ocurrir en el hueco del ascensor.
Esta obra se comenzó a publicar en 1961 en Tío Vivo y, como Pepe Gotera y Otilio, también dejó su huella en la cultura popular en series de televisión como Aquí no hay quien viva (2003) y La que se avecina (2007), además de aparecer en La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003) y en un anuncio de La Casera de 2010, también de Fesser.
Para Ibáñez, 13 Rúe del Percebe fue la serie más difícil que dibujó debido a que le obligaba a idear un gag por viñeta. Toda una hercúlea tarea sólo al alcance de unos pocos.
ROMPETECHOS
Llegamos al que seguramente sea el más popular de todos los personajes de Ibáñez tras Mortadelo y Filemón y el resto del plantel principal de la TIA (de hecho, en su día le dediqué un “Conociendo a…”). Mientras que en las series anteriores hemos visto que el meollo de la historia estaba en los conflictos entre los personajes principales, Rompetechos se resume en él contra el mundo. Este hombrecillo, bajito, con traje negro, de abultada cabeza, bigotillo, calvo salvo por unos pocos pelos en su cogote (tres de ellos largos a modo de cortinilla) y grandes gafas, verá cómo la situación más cotidiana como hacer la compra o visitar a un amigo se volverá toda una odisea debido a su pésima visión. Por ejemplo, la lectura errónea de los carteles de las tiendas conducirá a los equívocos más hilarantes, que a menudo culminan con el encargado, dueño o dependiente insultándole o golpeándole.
Rompetechos apareció en 1964 en Tío Vivo y, como Sacarino, serían publicadas con su nombre las revistas Súper Rompetechos y Extra Rompetechos. Ibáñez apreciaba especialmente a este personaje, y prueba de ello es que es el secundario con más apariciones en las aventuras de Mortadelo y Filemón. Además, es el único personaje que tuvo serie propia tras el cierre de las revistas en 1996, pues Ibáñez la retomó en 2003 para Top Cómic. Tan inseparable era la figura de Rompetechos de los agentes de la TIA que éste hizo acto de aparición en todas sus películas, aunque de forma bastante desafortunada en La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), al presentarle no sólo como un gruñón (lo cual demuestra que Fesser no supo captar la esencia del personaje, pues cuando se enfada es porque cree que ha sido blanco de alguna injusticia, no porque ese sea su carácter) sino como un auténtico fascista de brazo en alto.
Al parecer, tuvo ciertas críticas por supuestamente ridiculizar la miopía, pese a que en realidad Ibáñez con ello se estaba riendo de sí mismo. Menos mal que no lo ideó en tiempos de Twitter…