Ya son varios los personajes de la llamada Escuela Bruguera que he presentado. Como habéis podido observar, no podrían ser más dispares. Tenemos a un detective aficionado a los disfraces, un troglodita anacrónico, un miope, una señora amiga del mal ajeno, un catastrófico superhéroe logroñés, un eterno hambriento y un loco. Con todo, hay en ellos un denominador común: son solterones, es decir, que a pesar de su edad más o menos avanzada, no se han casado ni poseen familia propia.
No obstante, no todos los personajes del semanario Pulgarcito y revistas relacionadas lo eran. Existen diferentes series que caricaturizan las vicisitudes de la vida familiar en general y conyugal en particular.
Por citar unos pocos ejemplos bien conocidos, tenemos a La familia Cebolleta (Vázquez, 1951) o La Familia Trapisonda (Ibáñez, 1958), que abordan las relaciones familiares en su conjunto, o Casildo Calasparra (Nadal, 1948) y Don Pío (Peñarroya, 1947), más focalizados en matrimonio, donde el marido pusilánime tiene todas las de perder frente a su dominante esposa. Será precisamente este último del que hable en esta entrega.
El hombrecillo con bigote y bombín
Aunque no se encuentra entre los personajes que más cambios gráficos ha experimentado a lo largo de su trayectoria, éstos estuvieron marcados tanto por la evolución estilística del grafismo en su conjunto (trazos redondeados y estilo dibujístico que se aprecia especialmente en los ojos, reducidos a dos puntos, en la primera etapa, y un dibujo algo más ampuloso en su embergadura y a la vez minimalista en los detalles durante sus etapas más recientes) y a la propia modificación de ciertos atributos del personaje, experimentando algunas modificaciones dignas de mención.


Desde el principio, este personaje se caracterizó por ser un hombrecillo de mediana edad de aspecto menudo (aunque da la impresión de que fuese empequeñeciéndose con los años, como achicado por sus problemas) muy acorde con su discreto carácter, así como por una calva que apenas respetaba los pelos del cogote y que cubría con un bombín. En estas primeras historietas todavía no llevaba su famoso bigotito mosca que le asemejaría todavía más a Charlot, ni su chaqueta era todavía de color negro, rasgos que no tardó en consolidar y que le acompañarían durante el resto de su andadura.

Un matrimonio mal avenido

Tal y como indiqué en los párrafos introductorios, el eje de la serie lo constituye la conflictiva relación con Benita, su mujer, arquetipo de mujer dominante, manipuladora, consumista y vanidosa. Estos problemas tienen su origen fundamentalmente a que, pese a que Don Pío es en realidad un hombre tranquilo, responsable y esforzado en su trabajo, nunca consigue ascender en el escalafón de la empresa en la que trabaja como oficinista. Resulta una constante fuente de frustraciones para la ambiciosa mujer, obsesionada con el ascenso social, o al menos con aparentarlo a través de la ostentación de costosos vestidos y otros artículos de lujo con los que poder presumir delante de las vecinas.
De hecho, no desperdiciará la menor oportunidad para obtener esos caprichos con las pagas extras de su marido, que no tarda en dilapidar. A pesar de todo, el pobre hombre, una sombra huidiza y titubeante a su lado, tanto en la personalidad como en el físico (es más corpulenta que él), se esfuerza en todo momento en complacerla. No duda en hacer horas extras para conseguir las mencionadas pagas o recurrir a las más variadas tretas que siempre le saldrán mal. Como resultado, la mujer le perseguirá mientras profiere insultos como “tirano”, “nerón”, “manirroto”, “bandido”, etc., e incluso llegará a golpearle más de una vez.

Desgraciadamente, la principal faceta de las aventuras de Don Pío no pasó desapercibida para la censura franquista, por lo que en la década de los 50 obligó al autor a atemperar esos gags por considerar que atentaban contra la “sagrada” institución del matrimonio. Como consecuencia de ello, Benita (que pasó de tener el pelo moreno recogido con un moño a rubio y más corto) dulcificó su carácter y sus trifulcas pasaron a ser inofensivas y sutiles rencillas que nunca pasaban a mayores. Eso sí, a ambio se volvió todavía más manipuladora, recurriendo a técnicas más sutiles y psicológicas para que comprara todos sus caprichos, siguiendo la máxima del “ser es tener” propia de una sociedad de consumo en alza. Además, apareció un nuevo personaje habitual, su sobrino Andresito, el manido recurso del sobrino como explicación más cómoda para que un niño ya un tanto crecido aparezca de la nada. Este personaje, bastante flojo por lo demás, en tanto que su plácido e insulso carácter no destacaba en gran cosa, contribuyó al lavado de cara de la serie, dándoles un aspecto más parecido al de una familia feliz.

Problemas cotidianos

No todo se circunscribe al matrimonio. Don Pío también tiene una vida fuera del hogar, y la mayor parte de ella la pasaba en la oficina, donde debe lidiar con su jefe, al que suele hacer enfadar por diferentes motivos dependiendo de la historieta, y con sus compañeros, que a veces bromean sobre cómo le mangonea su mujer. En otras ocasiones se intentarán aprovechar de su personalidad inocente para tomarle el pelo en favor de sus propios fines o mostrarán su resentimiento por la excesiva diligencia que muestra en su oficio (por ejemplo, cuando por su culpa no consiguen librarse del trabajo debido a que Don Pío ayudó a su jefe a superar una dolencia). Esa tendencia a ser estafado (aunque, por el contrario, también puede pecar de suspicaz sin razón, creando desafortunados malentendidos) resulta especialmente sangrante teniendo en cuenta las estrecheces económicas que suele padecer el personaje.
En otras ocasiones, situaciones cotidianas (reuniones sociales, desencuentros con los vecinos, etc.) darán un desafortunado giro inesperado con el peor resultado posible para el desdichado protagonista. Estas tensiones entre un personaje bueno y honrado por naturaleza y una sociedad pícara y hostil deja entrever una óptica fatalista de la sociedad española fracturada, resentida y gris tras una sangrienta guerra civil y la dictadura que le siguió.

Conclusión y recomendaciones
Don Pío es un hombrecillo menudo, con bombín y bigote, y de temperamento tranquilo e inocente que vive a la sombra de su autoritaria mujer, convirtiéndole en esclavo de todos sus caprichos. En última instancia, no es más de un hombre de su tiempo, miembro de una “clase media” que se mueve en la contradicción entre las estrecheces cotidianas por un salario que no siempre da de sí y la necesidad de mímetizarse con el lujoso modo de vida de la clase dominante, un espejo al que mirarse pero que no consigue alcanzar.
Hoy en día las aventuras de Don Pío han caído casi en el olvido, como el 99,9% de los personajes de Bruguera, por lo que de nuevo hay que adentrarse en el submundo de la segunda mano para encontrar algo de este personaje. A pesar de todo, se trata de uno de los mejor tratados por la editorial en cuanto a tomos recopilatorios, por lo que además de las vetustas colecciones Magos del Lápiz y Magos de la Risa de principios de los 50 (que son casi el único recurso para personajes marginados por la misma), nos encontramos con hasta tres números monográficos de la colección Olé, en concreto los titulados ¡Qué vida esta! (#6, 1971), Heroíno de estar por casa (#19, 1971) y Peripecias hogareñas (#76, 1973), que reúnen los capítulos más recientes de entonces.


También tenemos un número de la serie Genios de la historieta (#2, 1985), publicado casi durante los últimos estertores de Bruguera y que incluye algunas historietas de su etapa inicial (aunque muy pocas). Y por supuesto, también tiene un ejemplar en la colección de referencia para los amantes de los personajes de Bruguera, la mencionada hasta la saciedad Clásicos del Humor de RBA (2009).

