En los últimos tiempos ha cobrado bastante fama el término «sociedad de la información», donde las noticias circulan una tras otra a una velocidad de vértigo, más que las propias mercancías tangibles. Al calor de la masificación y perfeccionamiento de los medios de comunicación, legiones de periodistas redactan como posesos toda una miríada de noticias para competir en un mercado noticioso cada vez más concurrido. Para ello incluso apelan a los sentimientos más primarios y viscerales para ganar audiencia a cualquier precio. Es lo que se conoce como sensacionalismo, tan en boga hoy en día.
Es en este contexto donde tienen lugar personajes de la talla de Jonah Jameson, director del periódico Daily Bugle en la serie Spider-man o El repórter Tribulete, el humilde periodista de El Chafardero Indomable creado por Guillermo Cifré, del que pasaré hablar inmediatamente.
De Cifré a autores varios
La serie El repórter Tribulete, que en todas partes se mete dio sus primeros pasos al poco de iniciarse la quinta etapa de la revista Pulgarcito, en 1947. El Tribulete de estas primeras historietas es un personaje larguirucho y desgarbado, de cabeza estrecha y alargada que recuerda a una bombilla o a un globo, una fina y respingona nariz, diminutos ojos reducidos a dos discretos puntos y con su ya característico flequillo hacia arriba. Cabe destacar que, para ser un personaje de tebeo, contaba con un vestuario relativamente variado, puesto que, aparte de su habitual pajarita, tan pronto podía aparecer con chaqueta, en chaleco o directamente en mangas de camisa. En esta época es habitual que lleve sombrero y, de cuando en cuando, con un lápiz sobre la oreja. No obstante, su aspecto de aquel entonces era bastante genérico, correspondiendo con el estilo del Cifré de la época. De hecho, sólo hace falta echar un rápido vistazo a otras de sus historietas para comprobar que guarda cierto parecido con otros de sus personajes, especialmente con Polín, cuya constitución y rasgos son prácticamente idénticos, a excepción de la ausencia de flequillo, su sombrero de hongo y la sardina que lleva sobre la oreja en lugar del lápiz.

El paso de las historietas y los años fue forjando la personalidad de la serie, tanto a nivel argumental como estético. En lo que se refiere al protagonista, experimentó un progresivo aplanamiento y ensanchamiento de su cabeza, al tiempo que sus ojos ganaban dimensiones y expresividad y su nariz, grosor. Al mismo tiempo, su pelo alcanzaba el culmen del esquematismo, con un flequillo reducido a tres pelos cada vez más erguidos y su sombrero fue desapareciendo paulatinamente. Su constitución física,se volvió más menuda. En cuanto a su vestimenta, adoptó su clásica chaqueta negra y corbata. Así, a la altura de 1952 ya había alcanzado su madurez gráfica, desarrollándose con algunos retoques durante los siguientes diez años.


La prematura muerte de Cifré en 1962, con apenas cuarenta años, truncó toda evolución original ulterior. Para proseguir con la serie, la editorial contó con los servicios de varios dibujantes, de entre los cuales destacaban Enrich (cuñado del propio autor) durante el resto de la década y principios de la siguiente, y posteriormente, Bancells y Ayné, así como muchos otros cuya pista es casi imposible seguir debido a la ausencia de firma en las historietas (una constante desde la muerte del autor). La escasa variación del grafismo de la serie en este periodo es achacable tanto a la citada madurez del mismo como al afán de mimetizar el estilo de Cifré, que se deduce de la exigencia de la editorial de omitir la firma del dibujante, por lo que los autores “en la sombra” no habrían contado con la libertad creativa que sí contó, por ejemplo, Schmidt en Doña Urraca.

Un reportero mediocre, pobretón y maltratado
Tribulete es un reportero relativamente joven (su novia Rosita habló una vez de hacerle un regalo por su treinta y siete cumpleaños) que trabaja para el periódico El Chafardero Indomable. Atenazado por sus problemas económicos frutos de un salario paupérrimo y por la necesidad de cumplir con su cupo de noticias, se lanza a la búsqueda de cualquier hecho noticioso sin demasiada suerte. Los percances y equívocos se interpondrán en su camino constantemente, siendo bastante recurrente que confunda a alguien con un criminal y, tras tomarse mucho esfuerzo en darle caza, descubra que es alguien enfrascado en un asunto totalmente diferente.

Si la noticia no llega, no dudará en provocarlas o incluso inventarlas en parte o en su totalidad, si bien será indefectiblemente descubierto. Desgraciadamente para él, incluso cuando llega a tiempo para la entrega, sus habilidades en este campo son tan poco brillantes que, lejos de verse recompensado, conllevarán un castigo. Es más, hay quien dice de él que es el peor redactor del rotativo. Tanto es así, que suele ser el chivo espiratorio cuando las ventas caen, e incluso sufrirá represalias por parte de los lectores, quienes celebrarán (o provocarán) cualquier desgracia que le imposibilite seguir escribiendo. El director hasta llega a insinuar que sería mejor que le fichara la competencia (encarnada por El Berrido Urbano y otros medios de nombres igualmente estrambóticos) para así hundirla.

En efecto, conforme la serie fue consolidando su estilo, el antagonismo jefe-empleado se fue erigiendo como la nota dominante. Esto se debe a que, si bien en un principio el director de El Chafardero carecía de un aspecto definido (puesto que éste variaba en cada historieta), al cabo de los años adquirió un aspecto robusto e imponente (algo que no tardará en moderarse, aunque a pesar de todo siempre será más corpulento que el propio Tribu). Aunque es algo habitual en este tipo de tebeos, aquí es aún más exagerado, pues apenas existen rastros del paternalismo y el afecto relativo y circunstancial que sí muestran otros. No; en este caso nos encontramos ante un director explotador, tiránico e inmisericorde que considera a Tribulete como una molestia de la que no puede desembarazarse y que, como compensación, se empeña en martirizar. En todo momento emplea con él un tono despectivo e insultante (le suele llamar “pigmeo”, entre otras lindezas), y en caso de no cumplir o fallar en las tareas que le encomienda (algo que ocurre casi siempre) no dudará en propinarle un puntapié o incluso una brutal paliza. Si alguna vez parece mostrarse amable con el desdichado periodista es porque lo considera un medio para aprovecharse vilmente de él.

Lo cierto es que su personalidad tampoco ayuda demasiado. Su carácter ingenuo e inocentón le convierte en el blanco perfecto para los abusos y estafas de todo tipo. De ello no sólo se aprovecha su jefe, sino compañeros de trabajo, amigos y completos desconocidos. A pesar de ese rasgo de su carácter, sumado a otros como su pereza y su cobardía, en ocasiones ofrece muestras de picaresca, arrojo y audacia, muy especialmente cuando su empleo o su subsistencia más directa está en juego. En cualquier caso, nunca conseguirá nada de lo que se proponga. El fracaso es una constante en todas las facetas de su vida, ya sea profesional o personal, incluyendo su tormentosa vida sentimental.

Conclusión y recomendaciones
El repórter tribulete es la parodia del periodista obsesionado con dar caza a la noticia más sensacionalista que pueda encontrar. Su naturaleza torpe e ingenua le llevará a fracasar estrepitosamente en ello y, en general, a todo lo que se proponga, lo que le granjeará brutales palizas por parte del director del periódico. Su escaso talento periodístico y sus estrecheces económicas son otros de sus rasgos característicos.

Como muchas de las series nacidas a finales de los años 40 y principios de los 50, pudo beneficiarse de las recopilaciones que impulsó la editorial Bruguera dentro de las colecciones Magos del lápiz (dos sin numerar y #27) y Magos de la risa (#13 y 26), contemporáneos a esas publicaciones.



Desde entonces, no volvieron a aparecer nuevos recopilatorios hasta que, durante los últimos estertores de la editorial, ésta lanzara uno para Genios de la historieta (1985, #3), que incluía una selección de páginas desde el año de su debut hasta 1956, quizás pensando en un futuro segundo volumen que, por culpa de su tardía decisión, nunca llegó. Aparte de eso, únicamente nos queda el ejemplar de Clásicos del Humor de RBA. Es una edición totalmente descompensada, pues se centra especialmente en los últimos años de la etapa de Cifré, descuidando el primer tramo de la serie y omitiendo la era post-Cifré, pero es de lo poco que podemos encontrar sin tirar la casa por la ventana.


También podemos ver a Tribulete en movimiento en “Agencia de Información”, primer capítulo del Segundo Festival de Mortadelo y Filemón (Estudios Vara, 1970). A nivel cronológico, corresponde al primer episodio, realizado en 1966, en el cual es el propio repórter el encargado de presentar a los personajes más famosos de los tebeos de Bruguera. Ya vimos en el artículo de Doña urraca cuál fue el desenlace…
