
Cuando una obra se hace famosa, es inevitable que aparezcan otras inspiradas en ésta hasta debajo de las piedras. Algunas toman una serie de elementos clave al tiempo que mantienen cierta entidad propia, mientras que otras se reducen prácticamente a copias descaradas. Pero el caso que nos ocupa siguió un camino estrambótico y rocambolesco, movido por múltiples factores externos. Y es que, antes de reseñar Mazinger-Z, el robot de las estrellas, el cómic de Sanchis y Amorós publicado por la Editorial Valenciana entre 1978 y 1980, resulta imprescindible rastrearlos.
Mazinger Z es una serie manga creada por el mangaka japonés Gō Nagai que fue publicada en la famosa Shonen Jump entre 1972 y 1974. Pese a su relativa brevedad, en el país del sol naciente causó auténtico furor y, justo como indicaba en el párrafo anterior, los clones no se hicieron esperar (aunque ya el propio Mazinger Z tenía cierta influencia de Tetsujin 28-gō o Gigantor, precursor del género mecha). Así fue como salió a las ondas niponas la serie Super Robot Red Baron y su secuela Super Robot Mach Baron. Al igual que en la serie en la que estaba inspirada, el protagonista manejaba a un mecha, un robot gigante pilotado desde su interior, que habría de enfrentarse a otras moles mecánicas fabricadas por un malvado villano. Su forma era muy distinta a la de Mazinger. Este era de color rojo prácticamente en su totalidad, aunque, al igual que en aquél, disponía de puños desmontables propulsados a modo de arma. Posteriormente, una productora taiwanesa combinó el material original japonés con la filmación con actores de Hong Kong, dando lugar a la película The Iron Superman.

La cosa comenzó a embrollarse cuando esa película se estrenó en Occidente, concretamente en España. A través de la serie anime, Mazinger Z se convirtió en un fenómeno mundial, y aquí no fue una excepción, haciendo las delicias de los niños y jóvenes españoles, que, recién salidos del franquismo, vivieron por vez primera el furor de una serie japonesa de estas características, pese a lo maltratada que fue dentro de nuestras fronteras (se emitió incompleta y, para más inri, con los episodios desordenados). En este contexto, a los distribuidores no se les ocurrió mejor idea que aprovechar ese tirón renombrando el filme como Mazinger Z, el robot de las estrellas (podéis verla, dobada al castellano y totalmente gratis, en YouTube). Para aumentar sus paralelismos con la serie original, cambiaron ciertos temas musicales y se refirieron al villano como Doctor Infierno, al igual que el antagonista de la obra de Gō Nagai.
Esta maniobra hoy podría considerarse como publicidad engañosa. De hecho, más de un fan debió llevarse un chasco al ver que el parecido con el robot era nulo (lógico, pues en realidad eran dos obras diferentes). En todo caso, el fenómeno Mazinger había pegado tan fuerte en nuestro país que la Editorial Valenciana (que, por entonces, se encontraba en decadencia) consideró buena idea apostar por convertir esa película en una serie de cómic. Y, de hecho, así fue, pues resultó ser un éxito en ventas hasta tal punto que, tras terminar agotar el argumento original, impulsaron una segunda temporada, Nuevas aventuras de Mazinger-Z, el robot de las estrellas. Debido a ello, no lo compararé con el Mazinger original, sino con la película taiwanesa The Iron Superman, si bien en algún momento tendré que aludir al manga de Gō Nagai, pues Sanchis iría incorporando algunos guiños al mismo conforme la serie se fue alargando. Eso sí, siempre manteniendo un marcado estilo propio.

La trama de la primera etapa de Mazinger-Z, el robot de las estrellas de Sanchis y Amorós sigue, en líneas generales, la de la película en la que se basa. Siendo muy pequeño, Tinyú tuvo que presenciar cómo sus padres perecían cuando el barco en el que se encontraban fue destruido por un inmenso robot que emergió de las profundidades. Antes de que el coloso metálico lanzase una salva de proyectiles contra la embarcación, su padre le había entregado un chaleco salvavidas con un bolsillo impermeable con un cassette y un transmisor de ondas para poder ser localizado. Como última voluntad, le encomendó que alertase a la humanidad sobre el peligro que se cernía sobre ella. Y es que, como sabríamos después, el autor del ataque era el malvado Doctor Infierno, soberano del Imperio Robot. Éste, contratiado cuando el padre de Tinyú rechazó su propuesta de trabajar para él (pues era un reputado científico), se había propuesto acabar con él y con toda su familia.
Desde entonces, habían transcurrido diez años. Durante ese tiempo, nuestro protagonista había estado bajo la tutela del profesor Lu, otro científico de grandes conocimientos y habilidades que se había estado preparando para el ataque de las fuerzas del Doctor Infierno. Para ello, había organizado la patrulla de los Guardias de la Paz, integrada por Pain, Lee y Lin (esta última cobraría cada vez más importancia en las nuevas aventuras, como veremos), los cuales pilotan unos cazas en misiones de vigilancia y, en caso de que sea necesario, de combate. Pero el grueso de su esfuerzo había estado diriguido a construir su obra maestra, el colosal Mazinger Z, fabricado con la indestructible aleación de tanium rojo y con todo un arsenal en su haber. Además de los mencionados puños, contaría con misiles disparados desde su boca y pectorales, y fulminaría a sus enemigos con abrasadoras llamas y su rayo desintegrador. Tras una década de duro entrenamiento, el joven Tinyú al fin está preparado para ser el piloto del coloso rojo…

Todo lo expuesto anteriormente coincide con el argumento del largometraje taiwanés, pero resulta más interesante apuntar las diferencias. Para empezar, hay que dejar bien claro que el guion original es malísimo. En el filme abundan diálogos que no se traducen en nada tangible ni guardan una verdadera coherencia interna con la premisa en la que se supone que se basa, pero, ante todo, hay ciertas escenas sacadas de la nada que, además, resultan ridículas. Un ejemplo es cuando un grupo de soldados del Doctor Infierno vestidos como jugadores de fútbol americano y con balones explosivos como arma (una con la que son extremadamente imprecisos) atacan a Tinyú en medio de ninguna parte. ¿Qué hacía allí? Ni idea, es una escena que sucede de sopetón sin que haya más explicaciones de por medio.
Pues bien, con un listón tan bajo, a Amorós y Sanchis no les costaría mucho mejorar el guion, como así sucede. Siguiendo con el ejemplo de la escena citada en el párrafo anterior, se nos cuenta que volvía de un s esión de artes marciales. Después, tras ser liberado por el inspector Chang (cuya moto con globo ha sido mejorada con un campo de fuerza protector, algo lógico teniendo en cuenta que era un blanco fácil), se hace la pregunta que todos pensábamos: ¿por qué no lo eliminaron en seguida? El inspector respondió ironizando: “se ve que en la Cueva del Murciélago [su escondite secreto] tienen pocas distracciones”. Asimismo, son introducidos dos nuevos esbirros del Doctor Infierno. El primero en hacer acto de aparición es Ciberman, un exsoldado que perdió varios miembros en la guerra de Corea y que el Doctor reemplazó por partes mecánicas, dando lugar a un ciborg de aspecto algo caricaturesco. El segundo, el Barón Von Bruck (que, en realidad es más un aliado que un esbirro), parece haber sido un antiguo científico nazi, pues afirma que habrían ganado la guerra si su robot hubiese sido terminado a tiempo. Está claramente inspirado en el Conde Brocken del manga del Mazinger genuino. Estos dos fabricarán sus respectivos robots, multiplicando el número de mechas con los que se tendrá que enfrentar Mazinger, en comparación con el de la película.

Además de incorporar elementos completamente novedosos a esta adaptación a esta versión en cómic de Mazinger-Z, el robot de las estrellas, también se retocaron algunos detalles presentes en el largometraje taiwanés. El Doctor Infierno mantiene su aspecto amenazante con sus vivos ojos amarillos y un largo y cano cabello de color cambiante en función de su estado de ánimo (cuando se enfurece, parece un volcán, pues, además, en todo momento se mantiene totalmente vertical), pero su piel ha sido pintada de morado, lo cual le acerca a su tocayo antagonista del Mazinger Z verdadero. Además, sus rabietas son tan histriónicas que le confieren un carácter casi cómico, una faceta ausente en la obra cinematográfica. Otro retoque menor estaría en el cinturón de Mazinger. En la película figuraban las siglas “MB” de Mach Baron (recordemos que ese era su verdadero nombre). El hecho de cambiarlo para evitar confusiones es natural, pero, en lugar de ir a lo fácil y reemplazar la B por una Z, los autores optaron por escribir el nombre entero en el cinturón, una decisión de dudoso gusto estético, en mi opinión.
En general, me gusta lo que hicieron Sanchis y Ambrós con el pobre material original con el que contaban, pero hay un detalle que me chirría especialmente y que es achacable exclusivamente a ellos. Me refiero al contraste gráfico tan marcado que existe entre los personajes principales, representados con rasgos realistas, con respecto a los ayudantes secundarios del Doctor Infierno, que aparecen como los clásicos personajes narizotas de tebeos tipo Mortadelo y Filemón. Son dos estilos que no casan en absoluto, pero, por suerte, fue corregido en las nuevas aventuras.

Como hemos visto, la primera etapa de Mazinger-Z, el robot de las estrellas (la cual consta de 12 números) ya tenía una marcada personalidad propia pese a seguir en lo esencial el hilo argumental de la película. Por lo tanto, no es de extrañar que, en la segunda etapa, ya sin un guion original que tomar como base, dieran rienda suelta a su creatividad. Hasta ese momento, habíamos sido testigos de la aparición incesante de mechas de las formas más variadas, y en esta segunda tanda no iba a ser diferente. Es más, uno de los criterios que estructuraron de facto los 30 números de las nuevas aventuras fue el de que en todos y cada uno de ellos debía hacer acto de aparición un mecha nuevo (que frecuentemente aquí son conocidos como “brutos mecánicos”). No importaba si algún robot anterior volvía a hacer acto de aparición para tener la revancha, eso no era excusa para que no entrase otro en escena. Uno que, por supuesto, debía aparecer en portada viéndose las caras con Mazinger (¿qué mejor reclamo publicitario hay que ese?). A veces sus diseños eran algo sencillos, pero prácticamente todos me parecen geniales.
Ese continuo goteo de robots, a cada cual más poderoso y desafiante que el anterior, pone en cada vez más aprietos a Mazinger y su piloto Tinyú. Algunos están fabricados del metal radiante de la luna, el cual es capaz dañar al tanium rojo y al plutonio de sus puños (aunque en otros se ve cómo éste cede contra ellos, por lo que no me termina de quedar muy claro el asunto), y ciertos rayos y llamas son tan poderosos que pueden llegar a fundirlos. Por lo tanto, en ciertas ocasiones las funcionalidades del robot no bastarán y el intrépido piloto habrá de usar la estrategia y la astucia. Para ello, también contará con ciertas mejoras en el mecanismo del robot, como la posibilidad de absorber agua por la base de los pies y expulsarla por los pectorales o exhalar un viento huracanado desde esos mismos orificios, el cual es capaz desde repeler tsunamis hasta congelar enemigos. Desde los últimos capítulos, también lleva una capa verde hecha de material vegetal de Mercurio (¿?), de carácter ignífugo, aunque sólo le fue de utilidad una vez.


Con todo, la astucia y los nuevos gadgets no hubiesen bastado para salir airoso de todas las batallas. Para eso contó con la inestimable ayuda de dos poderosos aliados, cuya aparición deriva del desarrollo de la trama más allá de las meras peleas entre brutos mecánicos. El primer robot aliado fue Rodas II, un portento que su padre guardó en secreto en una base ubicada en una isla desierta y que hizo acto de aparición controlado por un encapuchado que se hace llamar Misterio-M, el cual parece haber tener cierta información sobre el fallecido progenitor de Tinyú (de hecho, el telón de fondo de estas nuevas aventuras es la búsqueda de su padre tras haber encontrado un misterioso mensaje en una botella en la playa). Cuenta con un escudo capaz de devolver con potencia multiplicada cualquier tipo de rayos y una espada bumerán.
El segundo llegaría algo más tarde. Se trata de Adriana D, un mecha de aspecto femenino fabricado por el profesor Lu, cuya principal funcionalidad es emitir rayos del pecho. Como adelanté al principio, Lin cobraría más relevancia en esta parte de la historia, adquiriendo un carácter más independiente, y hasta reivindicativo, al defender que las mujeres han de tener también un papel en la salvación de la humanidad (en general, esta aventura tiene cierto tono pro-igualdad, pues ya en la primera etapa, Tinyú no se comporta como un completo patán al salvar a Lin, como sí hace su homólogo de la película cuando se burla de las dotes de pilotaje de las mujeres). Es ella quien maneja a Adriana D, lo cual guarda cierto paralelismo con Sayaka Yumi y sus robots Afrodita A y Diana A en el manga y anime.
Los villanos tampoco estarían ajenos a las innovaciones. El Doctor Infierno, que sobrevivió a la explosión que sí acabó con él en la película, construye una base en la luna gracias a innumerables robots de tamaño medio y pequeño. Además, cuenta con un tercer esbirro constructor de mechas, el siniestro Calavera, el cual, secretamente, tratará de disputarle el dominio de su imperio.

En conclusión, estas nuevas aventuras de Mazinger-Z, el robot de las estrellas mejora con creces el pésimo material original del que partía, expandiendo considerablemente su universo. Bien es cierto que tiene algunos defectos tanto de historia como de forma. En cuento a lo primero, al principio cae un par de veces en el recuso de los sueños y las anticipaciones para mantenernos en vilo con situaciones extremadamente adversas, un truco que considero algo barato. Asimismo, hay situaciones que, de tan forzadas, resultan inverosímiles, como encontrar tal o cual pista en ese preciso momento o lugar o que el enemigo sufra un traspiés sospechosamente casual. A nivel técnico, el pobre tratamiento del color en los primeros momentos de Rodas II (el cual debería ser imponente) hace que pierda mucho efecto. Por último, a modo de curiosidad, los autores se lían en ciertos momentos con el nombre de Lin y la llaman Tinyú. Esto resulta especialmente llamativo cuando, en una misma viñeta, Lin le llama directamente por su nombre, pero éste llama “Tinyú” a Lin.
Con todo, hay que tener en cuenta que no estamos ante un género que destaque por sus guiones complejos y de gran coherencia interna, por lo que es perfectamente disfrutable si naturalizamos esos detalles. Más aún cuando cumple con creces su función, que no es otra que la de entretener mediante batallas de robots gigantes y ciertas aventuras de fondo. La serie terminaría en el número 30 al poco tiempo de haber presentado nuevos personajes, en lo que podría haber sido el inicio de un nuevo arco argumental. Por desgracia, la quiebra de Editorial Valenciana era inminente, por lo que la serie no pudo continuar (los 80 fueron una década negra para la industria del cómic español, pues recordemos que Bruguera quebró pocos años después). Por suerte, el cierre de este Mazinger Z/Mach Baron a la española no dio sensación de dejarlo inconcluso. Todas las premisas iniciales fueron resueltas, por lo que puede considerarse un final satisfactorio. Máxime si recordamos finales tan argumentalmente abruptos como el de Purk, de la misma editorial.

