Puerto de Alicante, 28 de marzo de 1939. Una multitud se agolpa en torno al muelle con gesto abatido y miradas sombrías y cargadas de preocupación. De improviso, un buque se aproxima. Debido al bloqueo marítimo, esto sólo puede significar dos cosas: o es un barco de guerra enemigo que viene a rematar lo que empezaron o uno de rescate. Tras una incertidumbre inicial, no exenta de alarma por la posibilidad de tratarse de la primera opción, ésta se transforma en desesperada alegría al comprobar que es un barco civil. Los esfuerzos de las últimas tropas que quedan allí para poner en orden son en vano. Una gran masa humana acude en tropel para subir a bordo. Pese a las advertencias de su subalterno de la posibilidad de que el barco se pudiese ir a pique (ya había subido tanta gente que triplicaba su capacidad), el capitán espera todo lo posible para zarpar. Cuando se decide a hacerlo, la amargura y el remordimiento son visibles en su rostro. Aún son demasiados los que se han quedado en tierra.
Como si de otro plano de la realidad se tratase, vemos a continuación gotas de lluvia cayendo copiosamente sobre los coches aparcados mientras una persona contempla la estampa distraídamente desde la mesa del restaurante de un hotel francés. Cuando el camarero le saca de su ensimismamiento al preguntarle si quiere más café, éste aprovecha para consultarle la ubicación de unas señas apuntadas en su cuaderno (la calle Hautville). No está demasiado lejos, de modo que puede llegar caminando. Cuando llama al timbre, le abre un hombre de mediana edad, pero en la vivienda de al lado, quien le pregunta quién es. El visitante se presenta como Paco. Viene desde España buscando a un tal Miguel Ruiz, alguien que, al parecer, luchó contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial bajo el mando del general Leclerc. Su interlocutor no parece muy convencido de que el anciano quiera hablar con él, pero, viendo su voluntad, le pide que se presente de nuevo allí al día siguiente a las 10, tras su paseo matinal. Pese a su reticencia, intentaría convencerle…
Así da comienzo Los surcos del azar, la monumental novela gráfica histórica de Paco Roca, publicada por Astiberri en 2013. Como fruto de cinco años de trabajo que es, entre documentación histórica, guion y dibujo, esta obra es un portento en la representación de detalles de aquella realidad. Una dura, triste y difícil realidad, sí, pero también repleta de esperanza, compromiso y perspectivas de estar luchando por un futuro mejor. Algo que, para tragedia de muchos, se fue apagando con los años, en un fenómeno universal entrelazado con las particularidades históricas españolas. Y una expresión ese proceso es Miguel Ruiz. A este ficticio excombatiente republicano (bueno, más concretamente anarquista, que no es exactamente lo mismo) le pesa algo más que su avanzada edad y sus problemas de salud. Siente sobre sus hombros todos los años de abandono, olvido y ninguneo que él y los suyos recibieron a cambio de todos sus años de juventud perdidos en la lucha contra las potencias del Eje, primero durante la guerra civil española y luego en la Segunda Guerra Mundial. Profundamente desencantado y reacio de tener que recordar un pasado desagradable y traumático, se resiste en un primer momento a compartir sus vivencias con Paco. Este último, por cierto, no es un simple tocayo del autor, sino una encarnación del mismo sobre el papel, resaltando así esa sensación de cercanía.
Estamos, pues, ante una historia con un hilo conductor ficticio, pero con una potente carga de verosimilitud debido a que su trasfondo se basa en hechos reales. La agónica partida del Stanbrook (pues así se llamaba el buque que evacuó a todas las personas que pudo) del puerto de Alicante; cómo les trataron como apestados las democracias occidentales (que ni siquiera con la guerra ya perdida por la república abandonaron esa actitud hostil que mostraron desde el principio de la contienda contra la sublevación de Franco); el destino que esperó a muchos de los hombres como prisioneros en los campos de concentración del norte de África (controlada por la Francia colaboracionista); la muerte del poeta Antonio Machado en la miseria del exilio (el título del cómic, Los surcos del azar, es un homenaje al mismo, una alusión a uno de sus poemas); el oportunismo de muchos mandos franceses, que se pasaron al bando aliado en cuanto vieron la oportunidad; la deshumanización del enemigo como medio de intentar evitar caer en la locura; la pervivencia de las viejas rivalidades dentro del bando republicano; la aparición de personajes históricos como el general Charles de Gaulle (líder de la Francia Libre), el general Philippe Leclerc (artífice de la liberación del África francesa), el capitán Raymond Dronne (líder de la 2ª división blindada o división Leclerc), o el teniente Amado Granell (a la cabeza de la 9ª compañía, “la Nueve”, formada en su mayor parte por republicanos españoles) y un largo etcétera.
El grafismo de esta obra es fiel al más puro estilo Paco Roca. El trazado sencillo y minimalista que le caracteriza permite una síntesis visual que resalta aquello que más importa, como unos rostros para los que no necesita grandes alardes a la hora de mostrar sus rasgos más característicos y sus expresiones faciales. O cuando, por ejemplo, sucesivos panoramas similares entre sí, pero con detalles que les diferencian, como el movimiento del oleaje, le confieren una sensación de escena cinematográfica. La distribución de viñetas está cuidada al milímetro, predominando la simetría y homogeneidad en su distribución (por ejemplo, tres filas y dos columnas perfectas de viñetas en una página entera), a menudo con un claro significado narrativo, como contraponer dos realidades cronológicas contrapuestas. A esto último contribuye especialmente la distinta aplicación del color. La actualidad es presentada en blanco y negro, con una escala de grises muy sutil, mientras que los flashbacks aparecen a todo color. De este modo, el pasado resulta mucho más vívido que el presente, una representación gráfica de un anciano Miguel que, en sus propias palabras, apenas recuerda dónde dejó las llaves, pero sí los detalles de sucesos de hace más de setenta años.
En conclusión, Los surcos del azar es una novela gráfica extensa, de más de trecientas páginas, con una historia cocinada a fuego lento, en la que pasado y presente se entrelazan en tensión constante bajo un grafismo sencillo, pero tratado con un cuidado exquisito. Su argumento, que combina ficción y realidad histórica, es una ventana de conocimiento a una época dura, pero cargada de esperanza, pero, sobre todo, un homenaje a aquellos que dieron su vida por detener al fascismo y que no recibieron, ni de lejos, el reconocimiento que merecían y merecen.